Primero que nada, quiero aclarar que de ninguna manera soy psicóloga o psiquiatra ni escribo como alguien experto en la materia. Simplemente como alguien que vive el día a día con una enfermedad que llego sin anunciarse y nunca ha sido bienvenida.
Hace poco mi gran amiga Mónica me hizo una pregunta sencilla: ¿Cómo empezaste con esto? ¿Cuándo te diste cuenta?
La complejidad vino al tratar de responder eso. Podría inventar una fabulosa y emotiva historia que se remontara a mi infancia y adolescencia, pero considero eso un recurso barato. Siempre he sabido cual es la causa de mi enfermedad, y como poco a poco fue escalando hasta llegar a este punto.
El sólo hecho de reconocer ésta enfermedad ha sido un proceso largo. Siempre me he considerado una mujer sumamente fuerte, voluntariosa, ambiciosa, determinada, decidida, orgullosa, y enfrentarme a un estado mental en el cual yo no tengo el control no sólo ha sido difícil para mi, sino también para la gente a mi alrededor que se creó esa imagen de mi, a la que no me podía permitir decepcionar. Ahora pienso que está bien no siempre ser la fuerte, está bien bajar la guardia. No es una muestra de debilidad sino de humanidad.
La manifestación de mi enfermedad, cuando empecé a tocar fondo, fue física. Siempre he sido medio histérica, medio loca, medio desesperada, pero jamás había tenido miedo. Tenía una jefa nueva con la cual tenía una lucha de poder desde el día uno y eso, fue para mi, el detonante de un camino largo, pesado, estresante, que básicamente me estaba derrotando, lo cual iba muy en contra de mis principios y ética profesional. Evidentemente, personalmente, no lo podía permitir. Empecé a tener miedo a estar sola, a la obscuridad, a mis pesadillas, a la gente.
Después de días sin dormir, con pesadillas y una ansiedad que me paralizaba, un día me levanté y me di cuenta que prácticamente no podía ni caminar fue cuando pensé que algo estaba realmente mal. El primer reto fue conseguir un doctor en Nueva York que pudiera verme en ese momento, unas horas después, conseguí a uno y lo primero que me dijo al verme fue: you don’t look good at all.
Sabía que no me veía bien, no me sentía bien, no pensaba bien, no dormía bien, no comía bien y tampoco quería. Simplemente no tenía voluntad. La había perdido y no sabía cuando ni donde. Lo peor es que no la quieres recuperar y si quisieras, no sabes como. No estaba triste, no estaba nostálgica, no me la pasaba llorando, simplemente era un cuerpo inerte.
Es sumamente difícil aceptar que somos vulnerables y para mi lo más difícil ha sido sentir esa falta de control absoluto sobre mis pensamientos, mi cabeza. Esa desesperanza que se siente, ese hoyo negro, no se ve luz, ese dolor físico en el corazón. También ha sido muy difícil hablar de esto, la gente cree que la depresión es un estado de ánimo. Los consejos mas comunes: “Échale ganas”, “Ánimo”, “Tu eres muy fuerte”, opté por aislarme. La mayoría de la gente no estamos entrenados mentalmente para escuchar, sino para ser salvadores, dar opiniones y juzgar.
Una vez diagnosticada y aceptada la enfermedad, empieza el camino a la recuperación. Por un tiempo pensé que definitivamente era algo que yo podía controlar. Siempre le había tenido aversión a las pastillas, hasta que me di cuenta que peor no podía estar. Primero la aceptación, darse cuenta del problema y tratárselo. Como todo en la vida. Llevo poco tiempo con mi tratamiento, me falta mucho camino por recorrer. He tenido que tomar decisiones difíciles y definitivas, alejarme de lo tóxico, evitar gente que te drena la poca energía que tienes, pensar en el peor escenario y darme cuenta que el peor escenario es un escalón mas en la escalera de la vida. También me he encontrado nuevamente con toda la gente maravillosa que me rodea, aunque no siempre físicamente, y gracias a eso, me he dado cuenta de que no estamos solos en nuestro infierno.
Un día a la vez.
Sígueme en Twitter: @niuyorkina